Quisiste en aquella vigilia de invierno
mojar el pañuelo de mi pelo,
anudado el amanecer al resplandor
de mi península engañé tu mano,
mis labios anhelaban ciborios de saliva,
mi docilidad ciega por las alhucemas
timbreaba al son inquieto de tus dientes,
y fue entonces cuando, empapados del cerúleo mármol
confesaste que mis labelos de novicia
zarceaban a veces las estancias.