Tienes el rostro angelical,
consagrado a la estela de mis senos.
Me besas las glorias de mi sexo,
envalentonado por tu afilado acero.
Hay abejas palpitando sones
de primavera en tu torso.
Tu espiga ha derramado su semilla
y su alegre perfume recorre
juguetón la estancia.
Ante mí un rosario de débiles suspiros
palpita:es alabado tu nombre
entre los huecos de mis pupilas
como si fueses un dios verdadero.
La madera de mi lecho
está labrada de labelos,
y en la almohada reposan sin aliento
los secretos de nuestros poros,
con el desenfreno de tu mirada,
con el sensual anochecer que nos rodea,
con este eclipse de risas y carmines,
vamos de un profano tálamo
a una dorada muerte.
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